No es innato cuestionarse la adecuabilidad de tu cuerpo. Desde temprana edad, la sociedad nos inyecta ideas sobre cómo debería lucir, comportarse o sentir un cuerpo «aceptable». Este cuestionamiento no surge de un lugar de auto-reflexión, sino que es un eco de normas impuestas que a menudo llevan a la inseguridad y la insatisfacción corporal.
Es conveniente mantenerte entretenida en tu incomodidad. A menudo, el camino es buscar soluciones rápidas en forma de productos que prometen amor propio en un tarro o en cajas de pastillas. Pero, ¿realmente pueden estos productos llenar el vacío que se genera de una relación de insatisfacción con nuestra imagen corporal?
Emanciparse y buscar el gozo en el propio cuerpo es un acto de rebeldía. Implica despojarse de las expectativas ajenas y redescubrir el placer de estar en tu piel.
Agregar compasión al juicio del espejo es esencial. En lugar de ver tu reflejo como un crítico, conviértelo en un aliado. Practicar la autocompasión significa aceptar que somos seres en constante cambio, y que cada marca, cada línea y cada curva cuentan una historia. Aprender a mirarte a ti misma con gentileza puede transformar por completo la forma en que experimentas tu cuerpo.
Acostumbrar la mirada a ti, a tu pestañeo, tu risa, tu gesto. Esto puede sonar simple, pero la práctica diaria de observarte con atención puede ser liberadora.
Esta mirada compasiva crea un ojo colectivo que se convierte en fortaleza y espacio para recuperarse. La comunidad tiene el poder de amplificar nuestras voces y experiencias, haciendo que el camino hacia la recuperación sea más accesible y menos solitario.
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